jueves, 20 de octubre de 2011

Carta


Sé que no sonará, que no lo oiré llamar. No pronunciará mi nombre con su característico timbre. No preguntaré dos veces ¿qué dijiste? su tono de voz no es estable. No tartamudea, sus palabras son tan ausentes como su presencia ¿o a estas alturas es ausencia? Estás en las lindes de la comparecencia.

Que cuide mis palabras, me decía aquel que no habla. No era mudo, simplemente gustaba de hacerse el interesante. Para él el mundo es un museo, para mí su cabeza es un mundo pero no quiero entrar al museo de la mediocridad. No ha reparado que este siglo la tendencia es la novela, ni él ni muchos otros, sobre todo muchas otras. Esas son aquellas que le siguen el juego épico. No es la cantidad de héroes que he  visto retornar victoriosos ni morir,  sino la carencia de una ideología propia. Un hombre que no piensa por sí mismo tiene su final escrito pero no vamos a decírselo. Contigo soy lectora y para eso mejor un libro. 

Siete años atrás hubieses sido la experiencia de mi vida. Llanamente viví contigo algunas cosas aunque ya las había hecho en la imaginación. Tal vez por eso sentía conocerte desde siempre.  Eres un recuerdo materializado. Pero temo que mi realidad contigo se quede corta, como ya lo he dicho hay un final. No te sientas mal, me has hecho comprender algunos eventos que oí decir a Carlos Fuentes estuvieron de moda en los mejores prostíbulos franceses muchos años atrás. Es tu tema ¿no?  Ese es el tipo de vivencias a las que tú llamas experiencia. Siéntete alegre. 

Tu desnudez no te escinde del ridículo que el alcohol te hace cometer con las palabras. Me gustaría quererte, guardarte una porción de tiempo muy breve en relación con mi intimidad, sentir que ese lapso de tiempo se alarga y singulariza por tu correspondencia, soñarte azul vehemente, desgraciadamente no acepto tu enunciación: somos tan diferentes.

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