sábado, 1 de agosto de 2009

Mònaco

Entonces Mónaco es una ciudad plagada de elevadores y pequeños pasillos que te llevan a otro elevador. El casino es una distracción de la playa constituida principalmente de piedritas. El jadón japonés es una bella reproducción que inspira tranquilidad. ¿Quién no se sentiría tranquilo cuando los Ferraris y Aston Martins frenan paraqué cruces la calle? Nunca había sentido el poder peatonal.

Después del infarto que tuve con Dior y Cartier y las hindús que salieron de Chanel que se sienten invadidas cuando uno les pide que le tomen una fotografía, se me ocurrió perderme por ahí, perderme porque hay cámaras por doquier. De pronto, me vi literalmente perdida, creo que no había cámaras a mí alrededor, y observadora de una escena donde la amante embarazada sale de la casa de él para encender su scooter mientras el sol le seca las lágrimas. Con mi snack japonés intento pasar el tiempo en espera del bus. Faustamente aparece la señora vieja antagonista de todas esas pelícuals que toman lugar en el microcosmos superficial.

Voltea descaradamente, observa mi bolso, mis lentes, mis zapatos. Mi Tous, mis Chanel y mis Kenneth Cole. Termino mi snack, tiro la bolsa en la basura, regreso a la banca y pregunta (al parecer soy digna de tener su atención): ¿Estuvo bueno? -Sí, conteste. Ella continúa, hoy en la mañana comí un pedacito de chocolate, no lo tenemos permitido pero de vez en cuando hace bien. Si le hubiera respondido que como una tableta en un día… nunca me hubiera perdonado ocasionarle diabetes de la impresión.

Sin embargo, no sé si decir que soy una mujer libre o si soy una rebelde por comer lo que quiero cuanto quiero. Al día siguiente me comí un pain au chocolat en su nombre. Todo hubiera sido un sueño si hubiese usado mi vestido Mónaco y estuviera de la mano de M. Monaco el irónicamente chico DKNY.

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